José Pedro Hernández
Historiador y académico de Universidad de Las Américas
Y tenemos nuevo Papa. Desde Chicago al mundo… o quizás, más acertadamente, desde Chiclayo al mundo. Porque, aunque Robert Francis Prevost nació en Estados Unidos, su corazón pastoral y su historia de vida lo hacen sentirse más latino que norteamericano. Hoy, a sus 69 años, ha sido elegido como el nuevo líder de la Iglesia Católica, y ha decidido llamarse León XIV. A primera vista, el nombre parece una vuelta a lo clásico, de un pontífice fuerte, solemne, cargado de simbolismo, pero si miramos más allá del ritual y la liturgia, hay una historia profunda que merece ser contada.
Prevost no es un extraño para América Latina. Fue misionero durante años en Perú, donde llegó a ser obispo de Chiclayo. No se refugió en los pasillos del poder ni en las paredes de las catedrales. Su misión fue con la gente, conquienes necesitan algo más que una bendición, sino que requieren compañía, justicia y consuelo. Esa cercanía, ese compromiso, lo acompañó hasta Roma y, por lo visto, lo seguirá guiando en su pontificado.
El nombre que eligió no es casual. Algunos dicen que pensó en Fray León, el compañero más fiel de San Francisco de Asís, su discípulo silencioso, su confesor y secretario. Si así fuera, es una señal clara de continuidad con Francisco, por su humildad, escucha y la denuncia cuando corresponde. Pero hay otra lectura, quizás más política o estructural, que apunta a un eco aún más lejano en la historia, la de León XIII.
Aquel papa de fines del siglo XIX no fue uno más. Fue el primero en ser filmado, sí, pero sobre todo fue quien puso en movimiento a la Iglesia. Con su encíclica Rerum Novarum, dio inicio a la doctrina social católica y sacó a la Iglesia de su letargo monárquico para ponerla junto al trabajador, la clase obrera y los marginados. Rechazó tanto el capitalismo feroz como el socialismo sin espíritu, y propuso una tercera vía basada en la dignidad humana. Una opción ética, concreta, transformadora.
¿Y qué tiene que ver todo esto con hoy? Muchísimo. En un mundo marcado por migraciones masivas, desigualdades lacerantes, conflictos y una creciente desconfianza institucional, León XIV parece querer repetir aquel gesto, el de acercar la Iglesia a quienes viven en los márgenes. Acompañar, escuchar y, si es necesario, criticar. Su elección tiene sabor a continuidad, pero también a desafío.
El símbolo del león no es decorativo. Representa fuerza, nobleza, valentía. En la tradición cristiana, el “León de Judá” es una figura mesiánica asociada a Jesucristo. Así, al tomar ese nombre, el nuevo Papa parece decirnos que está dispuesto a rugir cuando haga falta, pero siempre caminando con humildad.