Hablar de equidad de género en el ámbito laboral ya no es un lujo y menos una moda. Es una necesidad urgente, una cuestión de justicia y una estrategia poderosa que impulsa resultados concretos en las organizaciones.
Hoy sabemos que cuando las empresas apuestan por la paridad, todos ganan: se mejora el clima interno, se toman mejores decisiones, se innova con más fuerza y se obtienen mejores resultados financieros.
Diversos estudios globales han demostrado que las empresas con mujeres en cargos de liderazgo tienen hasta un 25 % más de probabilidades de ser rentables. ¿Por qué? Porque los equipos diversos piensan distinto, se complementan mejor y tienen una mirada más amplia al momento de resolver problemas.
Entornos más inclusivos retienen mejor el talento, generan mayor compromiso y aumentan la productividad. Y no es casualidad. Cuando las personas se sienten valoradas y tratadas con equidad, dan lo mejor de sí.
Las políticas de conciliación, por ejemplo, no solo mejoran la calidad de vida de quienes trabajan, sino que también reducen la rotación y aumentan la lealtad hacia la misma compañía.
No obstante los avances, las cifras nos muestran que todavía estamos lejos de una verdadera paridad.
De hecho, a nivel global, solo el 29 % de los cargos de liderazgo están en manos femeninas. Y la brecha salarial sigue presente: en promedio, las mujeres ganan entre un 8% y un 14% menos que los hombres, incluso en puestos similares. Esto no solo refleja una desigualdad injusta, sino también una gran pérdida de talento.
Uno de los grandes desafíos, entonces, es romper con los estereotipos que aún pesan sobre el liderazgo femenino. Porque todavía hay quienes piensan que liderar con empatía o colaborar en vez de competir es un signo de debilidad, cuando en realidad es una de las grandes fortalezas de los equipos diversos.
Es clave trabajar la corresponsabilidad: no podemos hablar de equidad si las mujeres siguen siendo quienes cargan con la mayoría de las tareas del hogar y el cuidado doméstico.
Las empresas tienen un rol aquí, promoviendo licencias parentales equitativas, flexibilidad y una cultura que valore el equilibrio. Otro reto es dejar de entender la inclusión como algo extra o simbólico.
Con todo, lo cierto es que tenemos que avanzar hacia un mundo laboral donde el talento no se mida por género, donde el liderazgo tenga muchas formas y donde la diversidad sea sinónimo de innovación. En cualquier contexto, necesitamos acelerar el paso. Esto implica leyes más firmes y decisiones valientes desde las empresas.
Formar, contratar, promover y escuchar con perspectiva de género. Dejar de normalizar la desigualdad. Atreverse a transformar culturas, abrir espacios y, en especial, a creer en que otra forma de hacer empresa es posible.
La equidad no solo se comprueba en los números, sino que se siente en el alma de las organizaciones. Las empresas que avanzan en inclusión florecen. Cómo el talento femenino, cuando se le entrega espacio y confianza, brilla con fuerza.
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