
Ariel Jeria
Gerente general de Rompecabeza
Este lunes 6 de octubre de 2025, Instagram cumple 15 años en un punto de inflexión. La aplicación, que nació como un lienzo para fotos. Es hoy un ecosistema global de entretenimiento, comercio y mensajería. Sostenido por un motor algorítmico que decide qué vemos y por cuánto tiempo. En esa interfaz, las reglas de distribución importan tanto como el talento creativo.
El primer desafío es la originalidad. La expansión de herramientas generativas abarata y acelera la producción a tal nivel, que el feed se vuelve un océano de piezas “correctas” pero intercambiables.
En ese ruido, lo que escasea es la autoría. Una voz, un punto de vista, un acceso o una tesis reconocibles. Las plataformas ya envían señales en esa dirección -favorecer lo propio por sobre el simple reempaque-. Pero la batalla real ocurre en la percepción pública: distinguir una obra con firma de un clon fabricado a escala.
El segundo desafío es la desinformación. Instagram, como el resto del ecosistema. Avanza hacia modelos que combinan detección automática. Etiquetado de contenido sintético y capas de contexto público para frenar la propagación de falsedades sin borrar el debate.
Es un giro desde el “takedown” puro hacia la fricción informativa. Advertencias, reducción de alcance y credenciales de procedencia para imágenes y videos. El dilema permanecerá abierto: ¿cuánta transparencia y cuánta intervención son aceptables en una plaza que también es mercado y medio?
El tercer punto es el video. La experiencia ya no se entiende sin el formato corto en el centro de la escena. La lógica de descubrimiento privilegia lo audiovisual. Con pruebas de interfaz que ponen los reels como puerta de entrada. Eso consolida una gramática propia-ganchos tempranos, narrativas comprimidas. Ritmo móvil-que compite por atención con música, noticias y cultura pop, todo en pantallas de bolsillo. No es un “formato más”: es el idioma dominante de la plataforma.
Por último, los creadores ya no son solamente jóvenes. La profesionalización del oficio amplió el espectro etario y temático. Conviven divulgadores técnicos, periodistas, artesanos, académicas y “granfluencers” que incorporan memoria y pericia. Esa diversidad reconfigura la confianza y desafía estereotipos: la relevancia no depende de la edad, sino de credenciales, consistencia y aporte.
Quince años después, Instagram es una infraestructura cultural. En un entorno saturado por contenidos generados con IA. Y destacará quien sostenga una voz original y verificable, entienda la capa algorítmica que modera el ruido. Y domine el lenguaje del video sin renunciar al contexto. Ese es, hoy, el verdadero diferencial.