A propósito de una reciente conversación con Francisco Ackermann en el podcast Con Peras y Finanzas. Se abrió un intenso debate en redes sociales sobre la obligatoriedad de prekínder y kínder. Muchos creían que ya lo eran. Otros sostenían que no debieran serlo, apelando a la libertad de las familias, al supuesto mayor valor del cuidado en casa o al temor de una “escolarización temprana”. También aparecieron experiencias reales: falta de transporte, distancias y poca flexibilidad laboral.
Ese intercambio mostró que el tema importa. En plena campaña presidencial, ¿por qué no discutir en serio un cambio estructural que marque la diferencia desde el inicio? Asistir temprano fortalece lenguaje, autorregulación y habilidades socioemocionales. Quienes no lo hacen llegan a primero básico en desventaja.
La obligatoriedad de ambos niveles no ignora las dificultades. Obliga al Estado a dar respuestas concretas. Desde apoyo y confianza a las familias hasta asegurar cobertura o dar soluciones en transporte. Garantizar que ningún niño quede fuera desde el comienzo debiera ser una prioridad presidencial.
Anne Traub, directora Fundación Familias Primero