Jaime Cárcamo, investigador UFRO y director del Centro de Investigación en Alfabetización Motriz (CIAM).
La ley que establece un mínimo de 60 minutos diarios de actividad física en las escuelas. Representa un paso significativo en el esfuerzo por combatir el sedentarismo que afecta a la población escolar chilena.
Este marco legal busca no solo incrementar la cantidad de movimiento entre niños y adolescentes. Sino también reforzar el mensaje acerca de la importancia de la actividad física en el desarrollo integral de las personas. Situando el bienestar como una de las prioridades del sistema escolar.
Sin duda, su principal fortaleza recae en el reconocimiento explícito del derecho de los niños y niñas. A contar con una mayor oferta de oportunidades para desarrollar actividad física dirigida y con significado. Es decir, que no solo trate de un gasto calórico, sino que tenga una intencionalidad. Y provoque el interés por ser activo fuera de la escuela.
En un contexto donde la prevalencia de inactividad infantil es alarmante, esta ley permite visibilizar la problemática. Sensibilizar a la comunidad educativa y abrir espacio para prácticas que, de manera estructurada. Puedan favorecer experiencias motrices positivas que contribuyan a formar personas alfabetizadas motrizmente.
Además, existe el riesgo de que la exigencia horaria derive en prácticas repetitivas. Centradas en el entrenamiento físico tradicional o en el deporte competitivo, perdiendo de vista el valor educativo, lúdico y social. Que debería caracterizar a la experiencia motriz en la infancia y adolescencia.
Las clases de Educación Física ya sufren de estos problemas, donde los problemas de infraestructura. Llevan a hacer clases de 2 o 3 cursos simultáneamente en el mismo patio o gimnasio. Donde el material no alcanza para todos, o donde se opta por metodologías tradicionales y analíticas.
Para intentar que todos los escolares se muevan, por lo que es necesario que estos 60 minutos diarios de actividad física no caigan en estas complicaciones.
Cuando la imposición se convierte en una obligación desconectada de las motivaciones y preferencias estudiantiles. Se corre el riesgo de generar rechazo o aversión hacia la actividad física, lejos de fomentar su atractivo e internalización positiva.
Solo de esta manera las escuelas podrán ayudar a que sus estudiantes no solo cumplan con el tiempo mínimo establecidos por la Organización Mundial de la Salud. Sino que realmente descubran el disfrute y placer por la actividad física. Relacionarse cooperativamente con los demás y explorando sus capacidades. Lo que establecerá las bases para una alfabetización motriz genuina y una vida activa fuera de la escuela.
La ley será verdaderamente exitosa si logra transformar la obligación en motivación y la prescripción en una oportunidad real para generar experiencias positivas y con significado que promuevan una vida activa en nuestros escolares.
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