Perú vuelve a apostar fuerte por sus puertos. US$ 850 millones en nuevos terminales y la promesa de otros US$ 2.500 millones en Chancay se presentan como un salto estratégico.
Con costos logísticos en torno al 27% –muy por sobre el estándar OCDE–, el país corre el riesgo de construir puertas al mundo que no conectan bien con su propio territorio.
Invertir en puertos sin red terrestre y ferroviaria es acelerar con el freno puesto.
El contraste es claro. Mientras Chile y Brasil integran ferrocarriles en trayectos largos para bajar costos, Perú mantiene una matriz logística desbalanceada. El resultado es eficiencia portuaria aislada: hubs que funcionan bien de cara al océano, pero mal hacia el interior.
El desafío real no es sumar terminales, sino diseñar y orquestar sistema: puertos, ciudades, ferrovías, carreteras y antepuertos bajo una planificación única, con reglas modernas y criterios de sostenibilidad. Sin esa capa de gestión, la inversión se diluye.
La oportunidad está intacta. Con capital privado activo y posición relevante en el tráfico del Canal de Panamá, Perú puede dar el salto si entiende que la competitividad no se inaugura en el muelle, se diseña tierra adentro. El futuro portuario no es un render: es una red. Y sin red, no hay país que escale.
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