En su más reciente mensaje, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, anunció el inicio de un ciclo de recortes en las tasas de interés, que habían alcanzado niveles récord en dos décadas. A nivel local, también observamos mejoras: la inflación parece estar bajo control, las reducciones en las tasas del Banco Central están comenzando a estimular el consumo, y el ciclo político parece haber dejado atrás lo peor. Estoy convencido de que hemos superado una de las crisis más significativas que el sector inmobiliario chileno ha enfrentado.
En mi columna anterior, discutí los principios inmutables del mercado inmobiliario. Hoy, les invito a reflexionar sobre los cambios que, probablemente, serán permanentes o al menos persistirán en el mediano plazo.
Después de una crisis profunda, es común que muchos actores se retiren del mercado, especialmente aquellos que estaban demasiado expuestos o que no lograron adaptarse a los cambios. Esto afecta a constructoras, inmobiliarias, corredoras de propiedades y startups. Estamos viendo una concentración del mercado en un número reducido de actores, y es probable que esta tendencia continúe hasta que un nuevo auge incentive la creación de nuevos negocios y la asunción de riesgos.
Las marcas que han logrado mantenerse en pie se vuelven más fuertes debido a su capacidad de adaptación. Durante la crisis, muchos enfrentaron problemas como retrasos en la construcción, incumplimientos de compromisos, desapariciones de corredores y startups que no cumplieron lo prometido. Esto refuerza la confianza en las marcas establecidas, que han demostrado su fiabilidad.
Es poco probable que las tasas de interés cercanas al 1% regresen pronto. El crédito será más caro de lo que estábamos acostumbrados, lo que afectará nuestra capacidad de compra. Los compradores deberán optar por unidades más pequeñas en los mismos barrios o explorar nuevas zonas. Por ejemplo, si antes con el sueldo y el ahorro se podía comprar una unidad de UF 10.000, hoy solo alcanza para una de UF 8.000. Esto significa elegir entre un departamento más pequeño en el mismo sector o uno del mismo tamaño en una zona más económica.
Con el encarecimiento del crédito y el bajo crecimiento de los salarios, a las nuevas generaciones les será cada vez más difícil acceder a la compra de vivienda. Esto impulsará la proliferación de proyectos multifamily, alternativas de vivienda compartida y espacios informales. Aquellos con redes de apoyo podrán recurrir a préstamos o “ayudas” familiares para reunir el pie necesario. Es probable que los bancos e instituciones financieras desarrollen nuevos productos para compradores conjuntos, como parejas, amigos, hermanos o padres con hijos.
No se prevé una reducción en los costos directos de construcción ni en los terrenos para proyectos. Aunque se pueden encontrar algunas rebajas puntuales en terrenos inmobiliarios en liquidación, es improbable que esta tendencia se mantenga. La falta de mejoras en los planes reguladores y nuevos polos de desarrollo que descongestionen la ciudad ejerce presión constante sobre la oferta, manteniendo los precios altos.
Antes de la crisis, y aún más durante la pandemia, ya se observaba una integración de espacios. La cocina se ha transformado en un área social, los dormitorios secundarios se han vuelto espacios flexibles, y los dormitorios de servicio han sido eliminados o reducidos en las casas más grandes. Los proyectos han mejorado enormemente sus amenities, incorporando cocinas gourmet, coworking, gimnasios, coliving, cargadores para autos eléctricos, lockers para recibir paquetes, espacios para mascotas, conserjerías virtuales y sistemas para reducir el personal en la administración. Los desarrolladores deberán diseñar futuros proyectos pensando específicamente en su público objetivo y creando una propuesta de valor adaptada a él.
La estructura de financiamiento también ha cambiado. Anteriormente, un proyecto inmobiliario se financiaba con aportes de socios para la compra del terreno y una preventa del 20% de las unidades, lo que permitía a los bancos financiar la construcción por etapas. Hoy, las condiciones de financiamiento son más estrictas, requiriendo más capital y mayores ventas previas para iniciar la construcción. Para ejecutar los desarrollos, se realizarán preventas más agresivas y los gestores buscarán asignar unidades a los socios del proyecto, aumentando el porcentaje de venta y disminuyendo el riesgo del desarrollo.
Los terrenos seguirán teniendo una alta incidencia en el costo total de las unidades. Es esperable que proliferen los proyectos en los que los dueños de terrenos aporten estos a la sociedad para hacer viables desarrollos que de otro modo no serían competitivos.
Será cada vez más difícil encontrar propiedades que “se paguen solas” con el arriendo. Hoy en día, es complicado encontrar propiedades donde el valor del arriendo cubra el valor del dividendo. Los inversionistas deberán recalcular cuánto les costará al año capitalizar una propiedad que en 20 años estará pagada y qué plusvalía obtendrán al venderla. Por ejemplo, si un inversionista paga $1.000.000 de dividendo y arrienda su propiedad en $800.000, deberá considerar que en un año la propiedad le costó $2.400.000 (la diferencia), además de contribuciones y mantenciones, pero al cabo de 20 años tendrá la propiedad capitalizada.
Los cambios en las condiciones del mercado y los desarrollos tecnológicos han impulsado nuevas formas de financiamiento, como el crowdfunding inmobiliario, compras fraccionadas y tokenizadas, entre otras innovaciones. Estas opciones ya están en el mercado y podrían quedarse como una tendencia a largo plazo.
En un entorno donde el cambio ha dejado de ser una excepción para convertirse en la norma, aquellos que comprendan y se adapten a las nuevas realidades no solo sobrevivirán, sino que prosperarán. El futuro del mercado inmobiliario pertenecerá a quienes sean capaces de anticiparse a las tendencias, adoptar nuevas estrategias y entender que cada desafío es también una oportunidad para reinventarse y salir fortalecidos.
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