Llegado desde Roma a los 20 años, se sumergió en el alma de Chile con una entrega total. Fue parte esencial del Teatro Ictus desde 1957, donde dirigió y creó más de treinta montajes, entre ellos la emblemática Tres noches de un sábado (1972), que resistió en cartelera incluso tras el golpe de Estado. En plena dictadura, cuando la censura y la represión asfixiaban la expresión artística, Di Girolamo no se replegó: fundó Ictus TV y, con una cámara al hombro, recorrió poblaciones y parroquias registrando y exhibiendo películas que hablaban desde y para el pueblo. Así nacieron obras como Andrés de la Victoria (1985), testimonio del asesinato del sacerdote André Jarlan, y Sexto A 1965, ficción sobre la desaparición forzada de un estudiante, que llegó incluso al Festival de Cannes.
Su cine, influenciado por el neorrealismo italiano, fue un acto de resistencia y ternura. Como recuerda la periodista Isabel Tolosa en su libro El cine de Claudio Di Girolamo, su obra audiovisual ha sido injustamente subvalorada, pese a su enorme potencia estética y política. Hoy, más que nunca, visitar estos filmes de Di Girólamo es una posibilidad de reencuentro con su arte puro hecho imágenes.
Pero más allá de su arte, lo que hacía de Claudio un ser excepcional era su forma de habitar el mundo. Cristiano confeso, no predicaba con palabras sino con gestos: vestía siempre la misma ropa de mezclilla, incluso cuando fue Jefe de la División de Cultura del Ministerio de Educación. No por descuido, sino como símbolo de humildad y cercanía con el ciudadano común. Su austeridad no era pose, era convicción: una crítica viviente al narcisismo neoliberal y una afirmación de que el arte y la política deben servir, no deslumbrar.
En 1993 fundó la primera Escuela de Cine universitaria postdictadura en la Universidad ARCIS, formando a nuevas generaciones con la misma pasión y compromiso. Y cuando muchos hablaban de “apagón cultural”, él respondía: “Se hacían cosas, muchas, el problema es que la dictadura cortaba toda la difusión de esos trabajos”.
Claudio di Girolamo no fue un artista que hablaba de Jesús: fue un hombre que vivió como él. Su legado es una invitación a crear con sentido, a vivir con coherencia y a recordar que el arte, cuando nace del amor y la justicia, puede ser un acto de fe. Hoy, Chile pierde a un creador inmenso. Pero su obra —en el teatro, el cine, la televisión y la memoria colectiva— seguirá iluminando los caminos de quienes creen que la cultura es, ante todo, un acto de amor al prójimo.
Marcelo Ferrari
Observatorio de la Imagen y los Discursos Mediales
Decano Facultad de Comunicaciones / Universidad Uniacc
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