Durante los últimos años, la conversación pública en torno a la energía ha estado dominada por una sola pregunta. ¿Cuánto cuesta la electricidad?
Sin embargo, hay otra pregunta igual de importante que casi nadie se está haciendo.
Hablar de eficiencia no es sólo hablar de consumo responsable o de tecnologías más limpias. Es hablar de diseño, materiales, conductores y decisiones técnicas que determinan si la energía fluye de forma óptima. O si se pierde silenciosamente en el camino.
Y esas pérdidas —invisibles en la mayoría de los balances— son un costo oculto. Que Chile aún no está midiendo ni discutiendo con suficiente profundidad.
Tradicionalmente, los proyectos eléctricos en Chile —desde los industriales hasta los residenciales— se han diseñado bajo el principio de “minimizar la inversión inicial”.
En la práctica, esto significa usar el calibre mínimo permitido. Ajustando cada componente a su límite para reducir costos de instalación.
Pero ese criterio, que durante años fue considerado como único, no incluye la eficiencia como parámetro.
Necesitamos evolucionar desde el concepto de ‘minimizar el costo inicial’ al de ‘minimizar el costo de operación’. Esto implica revisar el criterio de diseño eléctrico. Evaluar la posibilidad de usar conductores de mayor sección, y entender que su costo adicional se recupera —e incluso se supera— gracias al ahorro energético que generan durante la vida útil del proyecto.
En otras palabras, la eficiencia no está sólo en la fuente de energía o en la tarifa. Está en el cable que la transporta.
Chile enfrenta otro desafío silencioso. La antigüedad de buena parte de sus instalaciones eléctricas. La falta de inspección, evaluación y actualización de los sistemas eléctricos, particularmente domiciliarios, es un asunto conocido.
Existen instalaciones con décadas de operación sin una revisión estructural. Lo que representa un doble problema. Riesgo de seguridad y fuente de ineficiencia.
Un dato técnico ilustra esta brecha. Hasta 2020, la normativa vigente permitía el uso de conductores de 1,5 mm² en circuitos de enchufes domiciliarios.
Hoy, el Reglamento de Instalaciones de Consumo (RIC) N°4 establece un mínimo de 2,5 mm². Precisamente para reducir las pérdidas por conducción y mejorar la seguridad del sistema.
Esa diferencia de calibre —que a simple vista parece menor— representa pérdidas energéticas acumuladas durante toda la vida útil de la instalación. Esto, sin considerar el eventual desgaste adicional en conexiones y terminales por sobre temperatura.
La eficiencia energética, entendida como un activo del diseño eléctrico, requiere tres acciones concretas.
Revisión y actualización de sistemas eléctricos antiguos. Tanto residenciales como industriales, bajo criterios de seguridad y eficiencia.
Actualización del criterio de diseño, adoptando el enfoque de “costo de operación total” en lugar del “costo inicial”.
Promoción de estándares técnicos superiores en materiales, aislación, resistencia térmica y durabilidad, priorizando conductores certificados y de alto desempeño.
Las soluciones existen. Los avances en aislación, resistencia térmica y materiales libres de halógenos permiten fabricar cables más eficientes, más seguros y con menor impacto ambiental. Pero para que eso tenga un efecto real. Es necesario que el mercado, los diseñadores y las autoridades reconozcan el valor de la eficiencia como una inversión, no como un costo.
En un país que busca electrificar su matriz productiva y avanzar hacia la descarbonización, cada watt perdido importa. La eficiencia no puede seguir siendo un tema secundario o una consecuencia colateral de la regulación. Debe convertirse en un parámetro de diseño y competitividad industrial.
En ese desafío, en COVISA asumimos un compromiso activo. Innovar en el diseño y fabricación de conductores que reduzcan pérdidas. También eleven la seguridad y promuevan el uso responsable de la energía.
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